Luis Fernando Morales Nuñez
No existe un concepto único de democracia. Tampoco es un concepto inmutable. Clásicamente se define como una forma de gobierno que históricamente toma diversas estructuras y estilos; pero sobre todo una forma de gobierno caracterizable sólo desde una teoría, que tiene base en una concepción del hombre en la vida social.
En esta teoría clásica de la democracia se basamentan las teorías sobre las diversas democracias como la participativa, la neoestructuralista, la liberal, la neoliberal; esta última llamada también neoconservadurismo.
El concepto básico de la democracia clásica de que es un gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo dio origen a varios tipos de democracia, algunos tan utópicos que sólo existen en la reflexión de los politólogos y filósofos políticos.
El modelo realista, que se afinca en lo que el hombre es en realidad, se ha ido manifestando en una teoría normalizadora y señala lo que el hombre debe ser y por tanto cómo debe ser la sociedad democrática. En este grupo realista utópico o moralizador entra el tipo de democracia que proclama la izquierda salvadoreña.
Pensamos que la sociedad salvadoreña debe ser justa; es decir, que se debe distribuir equitativamente los bienes materiales y espirituales: la justicia debe ser pronta y equitativa; que la mujer, al igual que el hombre, debe gozar plenamente de los derechos que le corresponden, que la educación debe ser accesible para todos los salvadoreños; que nuestra sociedad debe erradicar la violencia y el crimen; que se debe detener el alza del precio de la subsistencia; en fin que mujeres y hombres, ricos y pobres, viejos y jóvenes debemos tener acceso a una vida terrena sana y feliz.
Pero al salir de la sala de conferencias o cerrar las páginas del único periódico orientador del pueblo, CO LATINO y dirigir los ojos a la realidad, ésta se burla sarcásticamente de nosotros o nos da sus dentellada cuando vemos a los mendigos y niños de la calle, gente enferma, infantes y adultos desnutridos, tugurios miserables, la galopante miseria, el crimen… y entonces nos grita por dentro la rebeldía, y la protesta se agiganta otra vez. Porque nuestra realidad es cruel e inmisericorde.
Queramos o no, somos una sociedad sin cultura y sobre todo un pueblo castrado por tantos siglos de subyugamiento y dominación económica y cultural. Y aún hoy, el país sigue metiendo el lomo a los latigazos del amo, quien nos ordena qué debemos decir y hacer… hasta qué debemos comer.
Entonces la democracia realista ha devenido hoy en este país en una democracia moralizadora, vacía de líneas concretas. Nótese que la democracia predicada por Monseñor Romero era muy realista, con normas, mandatos y hasta órdenes de cómo debemos actuar ante la injusticia y la violación de los derechos del hombre.
La democracia realista moralizadora utópica se vuelve impracticable por que no es capaz de despertar en las masas deseo de construir una sociedad verdaderamente democrática a causa de la clase económica en que se cimienta la sociedad salvadoreña. El modelo moralista utópico ofrece una ideal democracia, atractiva y deseable; pero el pueblo encuentra graves dificultades para lograrlas.
En consecuencia, el problema de pueblo salvadoreño es encontrar un modelo de democracia PRACTICABLE, moralmente deseable y legítima.
Claro, que para ello habrá que trastrocar el orden económico y político imperante desde la época colonial. No es cierto, como opinan algunos que ya está descartada la vía revolucionaria, porque ésta no se hace únicamente con las armas. Hay que buscar otros medios que reúnan siempre los tres requisitos de una verdadera democracia revolucionaria, realismo, corrección moral y legitimidad.
Insisto, no debemos olvidar que la revolución se viene practicando desde Espartaco y Catilina en Roma, hasta Marulanda en nuestros días, pasando por supuesto por los inmortales nombres de Ernesto Che Guevara y Fidel Castro.
Se habla hoy del concertación y diálogo, y que un buen gobierno debe ser el que resulte del entendimiento de contrarios. Por ello se dice que la democracia es un sistema de antinomias (conceptos opuestos) de cuya armonización en el proceso político depende la viabilidad de la democracia.
Pero, en El Salvador la democracia se ha convertido o más bien la han convertido en simple MECANISMO para decidir quién debe integrar el gobierno; es decir, quién debe aplicar la ley a las mayorías. Pero la DEMOCRACIA MORALMENTE DESEABLE Y LEGÍTIMA no se reduce a un mero mecanismo sino que consiste en un MODELO DE ORGANIZACIÓN SOCIAL basado en el reconocimiento de la AUTONOMÍA de los individuos y de todos los derechos que concurren al ejercicio de esa autonomía o AUTOLEGISLACIÓN y en el reconocimiento de la vida comunitaria del individuo como resultado de la participación igualitaria de todas las salvadoreñas y todos los salvadoreños.
El respeto a la autonomía individual y colectiva sólo se logra mediante una vida PARTICIPATIVA que desarrolle el sentido de lo que es justo para todos.
Fuente citada:
http://www.diariocolatino.com/es/20090225/opiniones/64120
No existe un concepto único de democracia. Tampoco es un concepto inmutable. Clásicamente se define como una forma de gobierno que históricamente toma diversas estructuras y estilos; pero sobre todo una forma de gobierno caracterizable sólo desde una teoría, que tiene base en una concepción del hombre en la vida social.
En esta teoría clásica de la democracia se basamentan las teorías sobre las diversas democracias como la participativa, la neoestructuralista, la liberal, la neoliberal; esta última llamada también neoconservadurismo.
El concepto básico de la democracia clásica de que es un gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo dio origen a varios tipos de democracia, algunos tan utópicos que sólo existen en la reflexión de los politólogos y filósofos políticos.
El modelo realista, que se afinca en lo que el hombre es en realidad, se ha ido manifestando en una teoría normalizadora y señala lo que el hombre debe ser y por tanto cómo debe ser la sociedad democrática. En este grupo realista utópico o moralizador entra el tipo de democracia que proclama la izquierda salvadoreña.
Pensamos que la sociedad salvadoreña debe ser justa; es decir, que se debe distribuir equitativamente los bienes materiales y espirituales: la justicia debe ser pronta y equitativa; que la mujer, al igual que el hombre, debe gozar plenamente de los derechos que le corresponden, que la educación debe ser accesible para todos los salvadoreños; que nuestra sociedad debe erradicar la violencia y el crimen; que se debe detener el alza del precio de la subsistencia; en fin que mujeres y hombres, ricos y pobres, viejos y jóvenes debemos tener acceso a una vida terrena sana y feliz.
Pero al salir de la sala de conferencias o cerrar las páginas del único periódico orientador del pueblo, CO LATINO y dirigir los ojos a la realidad, ésta se burla sarcásticamente de nosotros o nos da sus dentellada cuando vemos a los mendigos y niños de la calle, gente enferma, infantes y adultos desnutridos, tugurios miserables, la galopante miseria, el crimen… y entonces nos grita por dentro la rebeldía, y la protesta se agiganta otra vez. Porque nuestra realidad es cruel e inmisericorde.
Queramos o no, somos una sociedad sin cultura y sobre todo un pueblo castrado por tantos siglos de subyugamiento y dominación económica y cultural. Y aún hoy, el país sigue metiendo el lomo a los latigazos del amo, quien nos ordena qué debemos decir y hacer… hasta qué debemos comer.
Entonces la democracia realista ha devenido hoy en este país en una democracia moralizadora, vacía de líneas concretas. Nótese que la democracia predicada por Monseñor Romero era muy realista, con normas, mandatos y hasta órdenes de cómo debemos actuar ante la injusticia y la violación de los derechos del hombre.
La democracia realista moralizadora utópica se vuelve impracticable por que no es capaz de despertar en las masas deseo de construir una sociedad verdaderamente democrática a causa de la clase económica en que se cimienta la sociedad salvadoreña. El modelo moralista utópico ofrece una ideal democracia, atractiva y deseable; pero el pueblo encuentra graves dificultades para lograrlas.
En consecuencia, el problema de pueblo salvadoreño es encontrar un modelo de democracia PRACTICABLE, moralmente deseable y legítima.
Claro, que para ello habrá que trastrocar el orden económico y político imperante desde la época colonial. No es cierto, como opinan algunos que ya está descartada la vía revolucionaria, porque ésta no se hace únicamente con las armas. Hay que buscar otros medios que reúnan siempre los tres requisitos de una verdadera democracia revolucionaria, realismo, corrección moral y legitimidad.
Insisto, no debemos olvidar que la revolución se viene practicando desde Espartaco y Catilina en Roma, hasta Marulanda en nuestros días, pasando por supuesto por los inmortales nombres de Ernesto Che Guevara y Fidel Castro.
Se habla hoy del concertación y diálogo, y que un buen gobierno debe ser el que resulte del entendimiento de contrarios. Por ello se dice que la democracia es un sistema de antinomias (conceptos opuestos) de cuya armonización en el proceso político depende la viabilidad de la democracia.
Pero, en El Salvador la democracia se ha convertido o más bien la han convertido en simple MECANISMO para decidir quién debe integrar el gobierno; es decir, quién debe aplicar la ley a las mayorías. Pero la DEMOCRACIA MORALMENTE DESEABLE Y LEGÍTIMA no se reduce a un mero mecanismo sino que consiste en un MODELO DE ORGANIZACIÓN SOCIAL basado en el reconocimiento de la AUTONOMÍA de los individuos y de todos los derechos que concurren al ejercicio de esa autonomía o AUTOLEGISLACIÓN y en el reconocimiento de la vida comunitaria del individuo como resultado de la participación igualitaria de todas las salvadoreñas y todos los salvadoreños.
El respeto a la autonomía individual y colectiva sólo se logra mediante una vida PARTICIPATIVA que desarrolle el sentido de lo que es justo para todos.
Fuente citada:
http://www.diariocolatino.com/es/20090225/opiniones/64120