París revive el trato colonial con África
Julio Morejón / Prensa Latina
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El reacomodo internacional que sucedió al fin de la Guerra Fría, mantuvo inalterables un conjunto de relaciones Norte-Sur, inamovilidad que hoy permite identificar con toda claridad lo esencial y lo secundario de tales vínculos.
En poco tiempo, África fue testigo de acontecimientos que fundamentan el criterio de los lazos del continente con sus antiguas metrópolis, en especial con Francia, que apoyada por Naciones Unidas tomó parte activa en el conflicto interno de Costa de Marfil.
Tras concluir sus operaciones en el escenario marfileño, París participa como miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en la guerra contra Muamar el Gadafi, enfrentado al Consejo Nacional de Transición (CNT) apoyado por potencias occidentales interesadas en apropiarse de la riqueza petrolera de Trípoli.
La OTAN suministra abiertamente tecnología bélica a los opositores, bombardea objetivos militares y civiles para allanar su avance, y les extiende alfombra roja para su reconocimiento internacional.
Para estudiosos, Francia trata mediante acciones de fuerza de recuperar el espacio de influencia perdido desde la independencia de sus excolonias africanas.
Al mismo tiempo, donde estados fuertes o sólidos rechazan sus presiones, optan por la subversión en nombre del "buen gobierno", "la democracia" y "la gobernabilidad".
La insistencia en remarcar su presencia en África conduce a París a dar una respuesta más feroz a los cambios sufridos en sus conexiones con el continente.
En algunos países, como Costa de Marfil, aún mantiene su presencia militar, la misma que respaldó al actual mandatario Alassane Ouattara frente al expresidente Laurent Gbagbo.
"El fin del bipolarismo Este-Oeste con la subsiguiente emergencia de un mundo unipolar no significa para África el fin de la dependencia, sino su fortalecimiento", opina el politólogo y académico congoleño Mbuyi Kabunda Badi.
Para el también presidente de la organización no gubernamental Sodepaz, "ese reforzamiento se hace por medio de una nueva división de tareas en el bloque triunfante, en la lógica de la internacionalización de un pensamiento único, con sus componentes económicos, políticos y culturales".
Esa reflexión de Kabunda trata de explicar que las intenciones neocolonizadoras de Europa (y en especial de Francia) persisten en un novedoso contexto, donde se aparenta la superación de viejos ideales de emancipación y son válidas las formas de sujeción cada vez más fuertes, de espaldas a la contemporaneidad.
Larga cadena. Francia posee una historia de explotación contra pueblos africanos que no se puede soslayar en cualquier análisis sobre su papel como Estado imperialista, dispuesto a satisfacer sus intereses en la competencia con otras potencias como Reino Unido y Estados Unidos. Sus primeros contactos con los sistemas tradicionales de autosuficiencia derivaron hacia el establecimiento de un pacto colonial, cuyo desequilibrio es elocuente y cada vez más nocivo para la parte africana.
Hoy esa situación se observa en toda su amplitud en la esfera económica con el saqueo trasnacional. París no duda en poner en práctica sus mecanismos coercitivos más allá de sus fronteras en caso de que falle la garra oculta en el guante de seda. Por ejemplo, su presencia militar en Costa de Marfil determinó su comportamiento hacia el presidente Gbagbo, negado a abandonar el poder después de perder las elecciones de 2010. Una fuerza de paz de la ONU, encabezada por franceses, vigiló desde 2002 la división en dos del país y poco a poco esa formación se fue parcializando hasta enemistarse con el gobernante. Aunque la escena militar era confusa, por desconocerse en aquel tiempo la posición de los antigubernamentales comandados por el hoy primer ministro, Guillaume Soro, a quien los extranjeros dieron su apoyo, con lo cual le facilitaron los planes a Ouattara.
Bases en África. Francia tiene cuatro grandes bases militares en el continente: Yibutí, en el Cuerno Africano; la Isla de Reunión, en el Indico; Senegal y Gabón. También tiene desplegadas tropas en Costa de Marfil, Chad y República Centroafricana.
Por ello los analistas consideran a París uno de los principales actores de la injerencia militar occidental en la región. Según el sitio web larazon.es –que reproduce datos del Ministerio francés de Defensa–, París tiene desplegados o acantonados soldados en Senegal, Chad, Libia, Costa de Marfil, Yibuti, República Centroafricana, Gabón y Somalia (donde participa en la Operación Atalanta). Esos efectivos constituyen la garra de hierro en sus relaciones con África. La otra vertiente o guante de seda, son las firmas.
Unas 700 compañías francesas controlan la economía marfileña, desde la lucrativa explotación de los campos de cacao y las exportaciones, a la infraestructura y las telecomunicaciones. Esas empresas pagan alrededor de 50 por ciento del total de impuestos al país, según cifras oficiales.
Leyenda marfileña. Laurent Gbagbo asumió la Presidencia tras unas elecciones cuyos resultados no fueron validados por todos los elementos institucionales, lo cual generó una pugna por el liderazgo en ese país de África occidental.
Desde 2002, Costa de Marfil estaba dividida en dos. El centro económico (Abiyán) lo controlaba Gbagbo, pero un grupo armado de exmilitares ocupaba el norte y suroeste del país, donde se halla la capital, Yamoussoukro.
Otro aspecto decisivo en ese contexto fue el opositor Ouattara, que en medio de la lucha por el poder contaba con el respaldo francés, de las tropas de la ONU y de los insurgentes.
La fuerza de Naciones Unidas vigilaba la división del país y debía monitorear una reconciliación nacional, algo que olvidó al priorizar los objetivos estratégicos de las compañías francesas que invirtieron más de 370 mil millones de dólares en Costa de Marfil.
Gbagbo entró en una crisis irreversible y cayó. París tomó las riendas del asunto y sus militares y compañías hicieron el resto para completar el puzzle. Ouattara ratificó su connivencia con la exmetrópolis y el pacto colonial sigue funcionando.
Ante la injerencia extranjera, hoy se perfila como una necesidad impostergable cumplir la máxima de ilustres pensadores africanos que aconseja resolver los problemas propios entre los mismos habitantes del continente.
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